LOS GIGANTES DE SANTA ELENA
La historia de nuestra querida tierra Santa Elena, llamada Parcela de Dios
por poetas , historiadores y escritores,
se remonta a tiempos muy lejanos, mucho antes de la llegada de los españoles y
de la civilización a la cual nos debemos en la actualidad, donde Otoya, hijo de
Tumbe – cacique que reinó en la Península de Sumpa, controlaba con mano dura
torturando y explotando a todos sus habitantes, donde los hombres eran
sometidos a trabajos forzados y las mujeres se rendían a los antojos sexuales
de aquel tirano cacique sumpeño.
Pero la cruda realidad de
aquellos tiempos cambiaría con la llegada de repente de falsos dioses
gigantescos, que aparecieron entre las cristalinas y mansas aguas en balsas
desde el sur, trayendo consigo una falsa pero ansiada esperanza de libertad,
que poco a poco se fue tiñendo de sangre por lo que debía de acontecer. La
tierra temblaba con cada paso de los gigantes, sus ronquidos estremecían los
frondosos árboles, llegaron hambrientos y de un golpe devoraron en cuestión de
minutos a cien llamas y todo lo que encontraban a su paso. El pueblo sumpeño
vio el despertar de estos demonios más despiadados que el príncipe Otoya, que no pudo resistir
el ataque de los descomunales forasteros, muriendo tras ser amarrado a un
tronco.
La voracidad de los gigantes
era tremenda, indescrinada e insaciable
en la tierra y en el mar, por lo que hacían sentir su autoridad malévola ante
los ojos de todos los sumpeños. La historia nos narra que intentaron saciar sus
más bajos instintos sexuales violando inclementemente a las mujeres sumpeñas,
pero debido a la diferencia de sus grandes tamaños, los enormes seres no
lograron sus libidinosos objetivos. Según la leyenda, al ver los dioses de los
Sumpas lo que sucedía con su pueblo y enojados por las atrocidades de los
gigantes y sus actos sodomitas, decidieron librar a los desdichados habitantes
de la maldad, provocados por los extranjeros sobrenaturales.
Los dioses de los Sumpas bajaron
desde el cielo, armados de rayos y espadas de fuego en sus manos,
desapareciendo uno por uno a los inmensos tiranos que cayeron doblegados sobre
las fértiles tierras peninsulares. Con este esperado acontecer en la historia la
prosperidad regresó a Sumpa y la felicidad colmo al pueblo por muchos años,
hasta la llegada de los españoles. Pero el tiempo se detuvo, cuando los huesos de
los exploradores e investigadores se helaron al observar el macabro hallazgo de
la real existencia de nuestros ancestros, de aquellos hombres y mujeres que han
formado y formaran para siempre parte de nuestra historia, porque los huesos y los restos de estos
enormes seres fueron encontrados desde entonces, luego de la conquista de los
españoles.
Desde ese entonces los historiadores
como grandes artífices y modeladores de la historia han dado forma a la mitología existente en
nuestras tierras, basándose en los descubrimientos de muelas, maxilares,
costillas y otras piezas que pertenecieron a estos seres gigantes. Si, los Gigantes
de Sumpa, los Gigantes de Santa Elena cuya historia inmortal no acabaría con la
llegada de los españoles, mucho menos con la colonización de las tierras
peninsulares, porque sus huellas quedarían marcadas en estos territorios desde
el ayer hasta el mañana como una prueba eterna de nuestros orígenes. Dejándonos
a aquellos que en sus tierras habitamos la fiel certeza de su existencia; para dejar
de ser una simple y lejana leyenda, y
convertirse en una verdadera e indudable realidad.
Debemos reconocer que somos
ecuatorianos porque hemos nacido en esta hermosa nación, que somos la fiel
existencia de la colonización española porque nos legaron su lengua y sus
costumbres, pero sobre todo somos los artífices de nuestra propia originalidad al reconocer que
hemos tenido la ferviente convicción de ser descendientes de los Sumpas, por su
legado, su trabajo, fortaleza y unión provocando que nuestros pueblos
peninsulares convertidos hoy en día en provincia alcance el progreso que todos anhelamos,
queremos y merecemos para nuestras futuras generaciones.