lunes, 17 de diciembre de 2012

LOS GIGANTES DE SANTA ELENA




La historia de nuestra querida tierra Santa Elena, llamada Parcela de Dios por poetas ,  historiadores y escritores, se remonta a tiempos muy lejanos, mucho antes de la llegada de los españoles y de la civilización a la cual nos debemos en la actualidad, donde Otoya, hijo de Tumbe – cacique que reinó en la Península de Sumpa, controlaba con mano dura torturando y explotando a todos sus habitantes, donde los hombres eran sometidos a trabajos forzados y las mujeres se rendían a los antojos sexuales de aquel tirano cacique sumpeño.




Pero la cruda realidad de aquellos tiempos cambiaría con la llegada de repente de falsos dioses gigantescos, que aparecieron entre las cristalinas y mansas aguas en balsas desde el sur, trayendo consigo una falsa pero ansiada esperanza de libertad, que poco a poco se fue tiñendo de sangre por lo que debía de acontecer. La tierra temblaba con cada paso de los gigantes, sus ronquidos estremecían los frondosos árboles, llegaron hambrientos y de un golpe devoraron en cuestión de minutos a cien llamas y todo lo que encontraban a su paso. El pueblo sumpeño vio el despertar de estos demonios más despiadados  que el príncipe Otoya, que no pudo resistir el ataque de los descomunales forasteros, muriendo tras ser amarrado a un tronco. 



La voracidad de los gigantes era tremenda, indescrinada  e insaciable en la tierra y en el mar, por lo que hacían sentir su autoridad malévola ante los ojos de todos los sumpeños. La historia nos narra que intentaron saciar sus más bajos instintos sexuales violando inclementemente a las mujeres sumpeñas, pero debido a la diferencia de sus grandes tamaños, los enormes seres no lograron sus libidinosos objetivos. Según la leyenda, al ver los dioses de los Sumpas lo que sucedía con su pueblo y enojados por las atrocidades de los gigantes y sus actos sodomitas, decidieron librar a los desdichados habitantes de la maldad, provocados por los extranjeros sobrenaturales.

Los dioses de los Sumpas bajaron desde el cielo, armados de rayos y espadas de fuego en sus manos, desapareciendo uno por uno a los inmensos tiranos que cayeron doblegados sobre las fértiles tierras peninsulares. Con este esperado acontecer en la historia la prosperidad regresó a Sumpa y la felicidad colmo al pueblo por muchos años, hasta la llegada de los españoles. Pero el tiempo se detuvo, cuando los huesos de los exploradores e investigadores se helaron al observar el macabro hallazgo de la real existencia de nuestros ancestros, de aquellos hombres y mujeres que han formado y formaran para siempre parte de nuestra historia,  porque los huesos y los restos de estos enormes seres fueron encontrados desde entonces, luego de la conquista de los españoles. 


Desde ese entonces los historiadores como grandes artífices y modeladores de la historia  han dado forma a la mitología existente en nuestras tierras, basándose en los descubrimientos de muelas, maxilares, costillas y otras piezas que pertenecieron a estos seres gigantes. Si, los Gigantes de Sumpa, los Gigantes de Santa Elena cuya historia inmortal no acabaría con la llegada de los españoles, mucho menos con la colonización de las tierras peninsulares, porque sus huellas quedarían marcadas en estos territorios desde el ayer hasta el mañana como una prueba eterna de nuestros orígenes. Dejándonos a aquellos que en sus tierras habitamos la fiel certeza de su existencia; para dejar de ser  una simple y lejana leyenda, y convertirse en una verdadera e indudable realidad. 

Debemos reconocer que somos ecuatorianos porque hemos nacido en esta hermosa nación, que somos la fiel existencia de la colonización española porque nos legaron su lengua y sus costumbres, pero sobre todo somos los artífices  de nuestra propia originalidad al reconocer que hemos tenido la ferviente convicción de ser descendientes de los Sumpas, por su legado, su trabajo, fortaleza y unión provocando que nuestros pueblos peninsulares convertidos hoy en día en provincia alcance el progreso que todos anhelamos, queremos y merecemos para nuestras futuras generaciones.